Para acabar con esta serie de entradas acerca de los jardines que hubo durante el pasado árabe de Granada, lo haremos desde el punto de vista de quienes los criticaban en su época y volveremos a nuestros días para conocer los últimos datos que nos proporcionan las investigaciones científicas modernas. Si te has perdido las entregas anteriores puedes leer el capítulo 1 aquí y el capítulo 2 aquí.
Censuras a los jardines andalusíes
Los siguientes testimonios incluyen ya la época nazarí y, curiosamente, se tratan de ataques al tipo de jardín que queremos desentrañar. Dichas críticas se justifican en esa valoración que a veces se tuvo del jardín como una ostentación desautorizada por el Islam que ya aludimos en los preliminares. Hablamos de consideraciones como las de Ibn Jaldún. Este intelectual es un enemigo del lujo, al que concibe no solo como símbolo de decadencia, sino como incuestionable premonición de la caída de los imperios. En lo referente a jardines, desprecia la presencia de especies que no produzcan frutos consumibles, aquellas que se plantan solamente por un afán recreativo.
Parecido ocurre con Ibn al- Jatib y sus críticas durante el reinado de Mohammed V, sobre el año 1362, acerca de los palacios nazaríes. Ello resulta en especial curioso, si tenemos en cuenta que este personaje gozó de jardines en su palacio de como visir de la corte. Es más, este edificio parece prácticamente seguro que ha llegado hasta nuestros días bajo el nombre de la casa del Chapiz y, aunque reducido y algo cambiado, aún hoy podrás recorrer el vergel por el que él mismo caminaba si te apetece realizar una ruta específica con nosotros.
Con todo, las críticas a los jardines de la Alhambra son estimables constataciones de especies y prácticas de jardinería.
De Ibn Jaldún tenemos testimonios censurando la costumbre de plantar especies no productivas, como cuando habla acerca de que:
“…los cítricos, el lilo, el ciprés, etc., son árboles cuyos frutos no contienen ningún principio nutritivo ni utilidad alguna. Solo por su aspecto ornamental que estos árboles se plantan en los jardines.”
Conviene aclarar aquí que al aludir a especies cítricas, concretamente a los naranjos, se trata de su variedad no comestible. Está constatado que este naranjo amargo (citrus aurantium) es conocido en la Península desde el siglo X y así lo nombra Isidoro de Sevilla, mientras que el naranjo dulce (citrus sinensis) y, por tanto, comestible, no aparece en España hasta la introducción que de él realizan los portugueses en el siglo XVI, ya con los nazaritas expulsados.
También se sabe que para algunos musulmanes, precisamente por su carácter premonitorio de ocaso, este árbol se tenía como de mal agüero, contándose que, por ejemplo, el rey Badis controlaba que no se introdujera de contrabando esta especie en Granada para no acarrear la caída de la ciudad. A pasar de ello, esta identificación con la mala suerte parece ser que no pasó de anecdótica, a juzgar por la presencia de naranjos en los jardines granadinos de entonces.
Continuando con la cita de Ibn Jaldún, obtenemos una nueva especie común en la jardinería andalusí:
“La adelfa, de la que se ha dicho la misma cosa, se incluye todavía en esa categoría; no se le planta en los jardines sino a causa de sus bellas flores rojas o blancas, y esta es también una práctica introducida por el lujo.”
En cuanto a Ibn Jatib en su poema “Epístola censoria” donde critica al sultán por invertir en ampliar la Alhambra y no en protegerse de los cristianos, dirá lo siguiente:
“… tú, Muley [Muhammad V] no me haces caso,/ por andar bajo andamios y maromas,/ entre sacos de estuco y de ladrillos/ y carretas que traen lajas de piedra,/ para un árido erial,/ frente a enemigos/ -quienes ávidos, crueles nos hostigan-,/ cual quien junta arrayanes, por plantarlos/ en ruinoso solar y casa yerma.”
Con gran acierto observa Tito Rojo que, mientras que para simbolizar la parte arquitectónica de la Alhambra, el árabe ha recurrido a una retahíla de elementos (andamios, maromas, sacos de estuco y ladrillos…), para referirse a los jardines apenas ha necesitado la despectiva expresión “junta arrayanes”. Esto apunta a que la presencia del arrayán era tan frecuente y característica que bien podía usarse como otra sinécdoque del jardín completo. Un arrayán, por cierto, que como atestigua Münzer, se podaba por los jardineros nazaríes preferentemente, aunque haya testimonios que recomienden no hacerlo, lo que hace suponer que a veces se optaba por dejarlo crecer salvaje, entre ellos los de Ibn al-Awwan.
Un aspecto aparte, aunque corroborado también por autores andalusíes, es la presencia de surtidores de agua, pues de sobra su presencia se alude en numerosos poemas.
Análisis científicos recientes
Por último, recurrimos a investigaciones acordes a la metodología científica como la que realizó Bermúdez Pareja en su artículo de 1965. También al reciente análisis polinológico (es decir, de restos de pólenes), que de los jardines del Generalife ejecutó el Departamento de Botánica de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Granada, coordinado por Oswaldo Socorro Abreu. Además, atenderemos a los hallazgos que nos brindó la paleo carpología (o el estudio de las semillas pasadas presentes en los determinados estratos arqueológicos).
Lo primero que nos resulta interesante es que la baja proporción de pólenes encontrados hace pensar en un origen para estos jardines muy diferente al actual y más cercano al que puede verse en el manuscrito de Hadit Bayad wa-Riyad, es decir, una base de césped salteado de flores. Además, se corrobora lo que apuntaba Bermúdez Pareja en 1965, cuando afirma que el suelo de cultivo en la Alhambra se halla unos 40 cm. por debajo de los andenes, es decir, con ese hundimiento que parece confirmarse ya y que se viene insinuando desde ese primer jardín granadino de Ibn Nagrella. Esta situación facilita un riego por inundación sin perjudicar el resto del espacio. Así se explican también las perforaciones laterales que encontró Bermúdez y que bien pudiera ser una argucia largamente practicada, detectable también en el jardín del visir de Badis cuando se habla que “en el césped brotan aguas puras,/ con las que se riega el huerto de mirtos” Ideal es aquí la colocación de estos mirtos o arrayanes que camuflen los aludidos orificios.
No puede ignorarse que el pequeño espesor del suelo no soportaría la presencia de grandes arbustos y árboles, lo que vuelve a reforzar la teoría de un césped de pocas flores. Aunque hablamos de un espacio determinado, fácilmente el jardín se observa que tiene distintos niveles, algunos que sí albergan árboles.
Y es que arbóreas hay varias especies constatadas, algunas ya citadas como el ciprés. Este árbol debido a su presencia en testimonios aquí recurridos y a la cantidad de polen encontrado, parece especialmente frecuente en el jardín nazarí.
En lo referente a las rosas ya hemos insistido en su presencia de forma esporádica.
Una especie presente en época nazarí que se acabó abandonándose posteriormente y que por ello se convierte en otro rasgo genuino de los mismos es el laurel, del que se hallaron restos de época medieval que lo demuestra.
En cuanto a las trepadoras, como jazmines y vides, las hubo en el Medievo, aunque en época cristiana también fueron desplazadas por especies exóticas o más resistentes (buganvillas o ciertas madreselvas asiáticas).
¿Te imaginas el perfume que tendría que proporcionar tantas plantas y flores? Si quieres experimentar fragancias como estas y otras de la Granada nazarita, podrás hacerlo a través de nuestro recorrido más especial, la ruta olfativa.
Conclusiones
Se trataría de un jardín que no llega a causar extrañeza o sensación de extravagancia en la cultura cristiana, que contaría con distintos niveles, predominando un césped jalonado de flores. La presencia de árboles sería limitada. Se decoraría con surtidores, algunos de carácter zoomórficos y contaría con ingeniosos sistemas de riego que incluyen alguno por inundación. Las especies vegetales no poseen en esencia más función que la sensorial, no detectándose apenas espacios dedicados a huerto que creemos se concebían como lugares diferentes y específicos. Entre estas especies para los jardines están demostradas la presencia de naranjos, cipreses, granados, lilos, palmeras, laureles, arrayanes, parras, rosas, jazmines, vides, narcisos, nardos, alheñas et adelfas.
Muchos de estos elementos de la Granada árabe perviven en los cármenes actuales de nuestra ciudad. Efectivamente, al ser el carmen una arquitectura típica, protegida y fomentada por las administraciones, para considerarse como tales y disfrutar así de reconocimiento y protección, han de poseer similitudes con los antiguos. Para ello se les exigen unas determinadas proporciones y especies vegetales de la época como viñas o naranjos amargos, ¡No esperes que te protejan un jardín en homenaje a los árabes medievales si solamente lo plantas con eucaliptos!
Con esta serie de entradas hemos pretendido despertarte todavía más las ganas de visitar nuestra Granada. Aquí te esperamos para hablarte también de los jardines hispanomusulmanes mientras paseamos por sus cármenes actuales. ¡Otra de las experiencias que nos encantaría disfrutar contigo gracias a Free Tour Community!
BIBLIOGRAFÍA
BERMÚDEZ PAREJA, Jesús: “El Generalife después del incendio de 1958” Cuadernos de la Alhambra, Granada, 1965
IBN AL AWWAN, Abu Zacaria Iahia: Libro de agricultura (Facsímil de la edición de 1802). Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid, 1988.
IBN JALDUN, : Al-Muqaddímah. Introducción a la historia universal. Fondo de Cultura Económica, México, 1977
IBN AL-JATIB, : Historia de los Reyes de la Alhambra, El Legado Andalusí y Universidad de Granada, Granada, 1998.